La izquierda que no quiere ser izquierda

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Ese viejo argumento aparece de nuevo en Alexis Tsipras, primer ministro griego de Syriza, tras haber firmado una claudicación casi absoluta ante Alemania y los poderes financieros internacionales. Ser responsable, por tanto, es tirar la toalla a medio camino después de realizar declaraciones formales incendiarias para ganarse al pueblo heleno, utilizarlo a conveniencia en un referéndum y, por último, después de un paripé estético muy antisistema y radical plegarse a una reforma laboral de corte neoliberal, dejar las pensiones por los suelos y vender el sector público estratégico a las multinacionales de turno.

Sucedió en España con el PSOE de Felipe González en los años 80 del siglo pasado. Metió a España en la OTAN de manera vergonzosa mintiendo descaradamente a la opinión pública y a sus militantes, hizo la salvaje reconversión industrial que solicitaba la Unión Europea a golpe de hacha, emergieron por doquier los nuevos ricos de la noche a la mañana y los poderes fácticos militares, judiciales y financieros asentaron su posición en las estructuras estatales. De algún modo, la socialdemocracia suele llevar a cabo el trabajo sucio de la derecha burlando así a favor de viento popular al principio las iniciales ilusiones de la clase trabajadora. Así ha sido desde tiempos inmemoriales.

La democracia capitalista tiene topes sagrados que ninguna izquierda amable o nueva izquierda posmoderna pretenden traspasar. El monocultivo de lo políticamente correcto sigue ahormando el pensamiento para que el capitalismo se mantenga en su normalidad habitual. Nada hay más allá de lo que la ideología dominante dice que existe. Y lo que existe está definido por las inmateriales reglas del mercado. Se trata de un círculo vicioso imposible de romper con las herramientas conceptuales de la socialdemocracia y sus afines de la nueva oleada de la sociedad gaseosa actual.

Pensar la realidad para transformarla requiere coraje intelectual, llamar a las cosas por su nombre y no a través de eufemismos escapistas. Economía social de mercado es capitalismo, o sea, explotación y desigual distribución de la riqueza. Apelar a lo que la gente quiere para hacer más tarde lo que quiere la elite es moralmente censurable, indigno de cualquier izquierda, nueva o vieja. La deuda es un resorte ideológico en el que basan su hegemonía las clases poseedoras de todos los países. Mediante ella se reparten los beneficios globales e imponen las políticas domésticas en cada nación o Estado, solapando la lucha de clases internacional en pugnas territoriales falsas o atizadas como fuegos de artificio.

El rico empresario alemán y el adinerado empresario griego (y el español…) juegan en el mismo bando. La deuda es el instrumento de ambos para someter a las clases trabajadoras de sus respectivos países. La precariedad laboral y los minijobs existen tanto en Alemania como en Grecia (y en España…). Sin solidaridad de clase, nada hay que rascar ante la troika. Y Grecia ha debido sentir una soledad espeluznante mientras Tsipras estampaba la rendición incondicional frente a Merkel y sus conmilitones europeos y los mandamases del FMI. Ninguna clase trabajadora del entorno comunitario se ha movilizado para impedir el golpe de Estado dirigido contra Atenas. El discurso nacionalista que trocea los sentimientos en partículas y banderías enfrentadas siempre opera contra la auténtica solidaridad de clase y las verdaderas y valientes políticas de izquierda.

Como diría Slavoj Zizek o cortamos los cojones al capitalismo o aquí todo sigue igual. Esa es la idea, ahora bien ¿quién le pone el cascabel al gato?

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